En toda su carrera Capablanca sufrió menos de cincuenta derrotas en partidas oficiales. En partidas oficiales, perdió 35, el 6% del total. Permaneció invicto por más de ocho años, desde el 10 de febrero de 1916, cuando perdió desde una posición superior contra Oscar Chajes; hasta el 21 de marzo de 1924, cuando sucumbió frente a Richard Reti en el Torneo Internacional de Nueva York. Se trata de un récord de 63 juegos, que incluyó el delicadísimo torneo de Londres de 1922 y la partida por el campeonato del mundo contra Lasker. De hecho, sólo Marshall, Lasker, Alekhine y Rudolf Spielmann ganaron dos o más partidas oficiales frente a un Capablanca maduro, aunque los totales de sus respectivas carreras son negativos (Capablanca derrotó a Marshall +20 -2 =28, a Lasker +6 -2 =16, a Alekhine +9 -7 =33), a excepción de Spielmann que consiguió su nivel (+2 -2 =8). De la élite mundial, solamente Keres tuvo un estrecho margen a su favor (+1 -0 =5), triunfo que ocurrió cuando Capablanca tenía 50 años, en el declive de su carrera. Su puntaje Elo ha sido calculado en 2725.
Capablanca no fundó ninguna escuela por sí mismo, pero su estilo fue muy influyente en las partidas de los campeones mundiales Bobby Fischer y Anatoly Karpov. Mikhail Botvinnik escribió acerca de cuánto aprendió de Capablanca, y precisó que también Alekhine debía al cubano mucho de su juego posicional, que aprendió durante sus frecuentes reuniones antes de que la lucha por el título del mundo les hiciera enemigos. Botvinnik considera a Los fundamentos del ajedrez, de Capablanca, como el mejor libro sobre ajedrez que se haya escrito. En este texto el gran maestro precisa que mientras que el alfil es generalmente más fuerte que el caballo, la unión de reina más caballo es generalmente superior que la combinación de dama y alfil: el movimiento diagonal de éste simplemente imita al de la reina, mientras que el caballo la complementa, alcanzando inmediatamente posiciones que le están vedadas a la dama. Botvinnik acredita a Capablanca como el primero en hacer esta observación.
Críticas [editar]
La crítica más común a su figura se centra en su tradicional pereza: al frente del tablero, si no podía conseguir algo por medios sencillos entonces ni siquiera lo intentaba. Esta característica se manifestaba en que por lo general confiaba en su instinto dejando el cálculo de lado, lo que en ocasiones redundaba en errores graves. Además –y excepcionalmente– fue incapaz de resolver algunos finales difíciles.
En cierto momento Capablanca fue criticado —principalmente en Gran Bretaña— por la supuestamente vanidosa descripción de sus propios logros en su primer libro, Mi carrera en el ajedrez. En respuesta, el maestro tomó la medida sin precedente de incluir virtualmente todas sus derrotas en torneos y partidas en Los fundamentos del ajedrez, junto con un grupo representativo de sus victorias. Por otro lado J. du Mont, en su prólogo al libro de Golombek Los 100 mejores juegos de Capablanca, atestigua que el cubano —a quien conocía bien— no era en lo absoluto una persona vanidosa; en cambio aconsejaba a los críticos que aprendieran la diferencia entre la mente simplemente dotada y el genio elevado de un Capablanca, y el contraste entre la tendencia británica hacia la falsa modestia con la costumbre latinoamericana a decir "jugué este juego tan bien como podría ser jugado" cuando honestamente se cree estar en lo correcto. Du Mont también afirma que Capablanca era bastante sensible a la crítica. Edward G. Winter, historiador del ajedrez, documenta un número de ejemplos de autocrítica en Mi carrera en el ajedrez.
Capablanca no fundó ninguna escuela por sí mismo, pero su estilo fue muy influyente en las partidas de los campeones mundiales Bobby Fischer y Anatoly Karpov. Mikhail Botvinnik escribió acerca de cuánto aprendió de Capablanca, y precisó que también Alekhine debía al cubano mucho de su juego posicional, que aprendió durante sus frecuentes reuniones antes de que la lucha por el título del mundo les hiciera enemigos. Botvinnik considera a Los fundamentos del ajedrez, de Capablanca, como el mejor libro sobre ajedrez que se haya escrito. En este texto el gran maestro precisa que mientras que el alfil es generalmente más fuerte que el caballo, la unión de reina más caballo es generalmente superior que la combinación de dama y alfil: el movimiento diagonal de éste simplemente imita al de la reina, mientras que el caballo la complementa, alcanzando inmediatamente posiciones que le están vedadas a la dama. Botvinnik acredita a Capablanca como el primero en hacer esta observación.
Críticas [editar]
La crítica más común a su figura se centra en su tradicional pereza: al frente del tablero, si no podía conseguir algo por medios sencillos entonces ni siquiera lo intentaba. Esta característica se manifestaba en que por lo general confiaba en su instinto dejando el cálculo de lado, lo que en ocasiones redundaba en errores graves. Además –y excepcionalmente– fue incapaz de resolver algunos finales difíciles.
En cierto momento Capablanca fue criticado —principalmente en Gran Bretaña— por la supuestamente vanidosa descripción de sus propios logros en su primer libro, Mi carrera en el ajedrez. En respuesta, el maestro tomó la medida sin precedente de incluir virtualmente todas sus derrotas en torneos y partidas en Los fundamentos del ajedrez, junto con un grupo representativo de sus victorias. Por otro lado J. du Mont, en su prólogo al libro de Golombek Los 100 mejores juegos de Capablanca, atestigua que el cubano —a quien conocía bien— no era en lo absoluto una persona vanidosa; en cambio aconsejaba a los críticos que aprendieran la diferencia entre la mente simplemente dotada y el genio elevado de un Capablanca, y el contraste entre la tendencia británica hacia la falsa modestia con la costumbre latinoamericana a decir "jugué este juego tan bien como podría ser jugado" cuando honestamente se cree estar en lo correcto. Du Mont también afirma que Capablanca era bastante sensible a la crítica. Edward G. Winter, historiador del ajedrez, documenta un número de ejemplos de autocrítica en Mi carrera en el ajedrez.
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